Hubo una navidad en la que me regalaron una guitarra y era lo que siempre había querido. Abrí feliz y apresurado el estuche que la guardaba y noté que tenia una nota del viejito pascuero que decía: “Querido Rodrigo: no pude mandarte las cuerdas porque Rodolfo se suicidó con ellas. A decir verdad, estrictamente, las primeras dos cuerdas las usé para amarrar la bolsa con el cadáver del reno desgraciado. Espero no te moleste, saludos y feliz navidad”. Estuve casi ocho largos años sin poder tocar el instrumento que me habían traído. Cuando cumplí la edad suficiente, decidí ir a visitar al hombre pascual. Hice dedo en la playa y, arriba de una tortuga submarina, viajé.
Llegué al Polo Norte. Luego de despedirme de mi transporte senil, observé a lo lejos un reno con la nariz roja y brillante tocando un ukelele. Caminé unos veinte metros hasta llegar a donde estaba y le pregunté su nombre, “Rodolfo Cuevas Maldonado”, me dijo luego de mostrarme su taller de instrumentos. Asombrado le acepté un habano y nos pusimos a fumar, cuando sorpresivamente apareció un hombre obeso y con una larga barba blanca, antes de que me saludara me tiré sobre él y lo asesiné usando las clavijas de un laúd. Ahora me dedico a trabajar y más de una vez al año, pero no precisamente regalando cosas, mejor dicho, me preocupo de robar dientes de leche. Espero reunir una gran cantidad de dientes para terminar de taparle los poros al señor Cuevas Maldonado y así poder dejar de odiar alguna vez la Navidad.
Llegué al Polo Norte. Luego de despedirme de mi transporte senil, observé a lo lejos un reno con la nariz roja y brillante tocando un ukelele. Caminé unos veinte metros hasta llegar a donde estaba y le pregunté su nombre, “Rodolfo Cuevas Maldonado”, me dijo luego de mostrarme su taller de instrumentos. Asombrado le acepté un habano y nos pusimos a fumar, cuando sorpresivamente apareció un hombre obeso y con una larga barba blanca, antes de que me saludara me tiré sobre él y lo asesiné usando las clavijas de un laúd. Ahora me dedico a trabajar y más de una vez al año, pero no precisamente regalando cosas, mejor dicho, me preocupo de robar dientes de leche. Espero reunir una gran cantidad de dientes para terminar de taparle los poros al señor Cuevas Maldonado y así poder dejar de odiar alguna vez la Navidad.