"Existe en este mundo... un gordo drogo de pelo desordenado y largo, con hilachas hasta el suelo, solitario e hiperquinético como pocos, indeseado e inoportuno como la pena. Escuchaba melodías psicodélicas de bandas con nombres extravagantes como The Byrds y Grateful Dead. Con su voz, trataba siempre de entonar algún himno de aquellas agrupaciones, mas nunca podía, siempre se quejaba de que no era capaz de alcanzar “ese maldito do”, esa nota agudísima, una octava mayor de la que el mantecoso Loengrin podía dominar. Según él, el talento que alguna vez Dios le dio, ya se había ido.
De pronto, una madrugada, quiso ir de paseo a Cool City, conocida popularmente como la ciudad de la pureza. Anhelaba llegar a ese lugar para poder corromperlo y acabar para siempre con la hermandad y armonía que allí existía, sensaciones opuestas a las que se pueden encontrar en un tipo como él que vive paupérrimamente bajo una higuera que no da ni un sólo higo..."
En Cool City la vida era tranquila. La gente era sumamente educada, gozaba de un trato basado en la cordialidad y el respeto mutuo. No era necesaria una entidad gubernamental encargada de dirigir el orden y la paz. Una vez hubo alguien a cargo y no duró mucho, en realidad, nunca dirigió nada, simplemente, porque nunca ha sido necesario aquello... aunque sus intenciones fueron sinceras. Renunció un día diciendo: “hoy he notado que no sirvo aquí. En este hermoso lugar no existe el desorden ni la maldad, lo digo yo, Polo Cervantes, el que alguna vez rogó conocer una sociedad como la que ustedes han creado y, ciertamente, lo he conseguido. Doy las gracias a todos vuestros corazones repletos de una desbordante alegría”. Luego con un giro, una simple media vuelta, se retiró para siempre de la vista de los habitantes de Cool City.
Nunca nadie ha oído de discusiones ni peleas en aquel lugar donde atraviesa un río de oro sin que a nadie le llame la atención. El caudal dorado apareció de repente, justo después que don Polo giró a un rumbo desconocido. “No es difícil contar vivencias como las que regularmente tengo u oigo”, continuaba Gregorio, el amante del torrente preciado. Cada vez que alguien se acerca al borde de las aguas, el bajito Greg corre a relatar cuentos inspirados en lo que observa, tal como ese del peliento drogadicto obeso, aquel que quiso tocar la corriente dorada. "En fin... era de esperarse, parecía un joven inquieto, deseoso y tentado por el color del agua. Rodó y se sumergió para siempre en el río de Cool City", concluyó el cuentacuentos, mientras apagaba el horno y convidaba a pasar al comedor.
De pronto, una madrugada, quiso ir de paseo a Cool City, conocida popularmente como la ciudad de la pureza. Anhelaba llegar a ese lugar para poder corromperlo y acabar para siempre con la hermandad y armonía que allí existía, sensaciones opuestas a las que se pueden encontrar en un tipo como él que vive paupérrimamente bajo una higuera que no da ni un sólo higo..."
En Cool City la vida era tranquila. La gente era sumamente educada, gozaba de un trato basado en la cordialidad y el respeto mutuo. No era necesaria una entidad gubernamental encargada de dirigir el orden y la paz. Una vez hubo alguien a cargo y no duró mucho, en realidad, nunca dirigió nada, simplemente, porque nunca ha sido necesario aquello... aunque sus intenciones fueron sinceras. Renunció un día diciendo: “hoy he notado que no sirvo aquí. En este hermoso lugar no existe el desorden ni la maldad, lo digo yo, Polo Cervantes, el que alguna vez rogó conocer una sociedad como la que ustedes han creado y, ciertamente, lo he conseguido. Doy las gracias a todos vuestros corazones repletos de una desbordante alegría”. Luego con un giro, una simple media vuelta, se retiró para siempre de la vista de los habitantes de Cool City.
Nunca nadie ha oído de discusiones ni peleas en aquel lugar donde atraviesa un río de oro sin que a nadie le llame la atención. El caudal dorado apareció de repente, justo después que don Polo giró a un rumbo desconocido. “No es difícil contar vivencias como las que regularmente tengo u oigo”, continuaba Gregorio, el amante del torrente preciado. Cada vez que alguien se acerca al borde de las aguas, el bajito Greg corre a relatar cuentos inspirados en lo que observa, tal como ese del peliento drogadicto obeso, aquel que quiso tocar la corriente dorada. "En fin... era de esperarse, parecía un joven inquieto, deseoso y tentado por el color del agua. Rodó y se sumergió para siempre en el río de Cool City", concluyó el cuentacuentos, mientras apagaba el horno y convidaba a pasar al comedor.
Si es que alguna vez llegas a ese grandioso lugar, busca a Gregorio. Y si te pregunta si quieres escuchar una historia, solo di que eso es lo que esperas desde que comenzaste a oír de la ciudad de la pureza.
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