"Mamá, mamá... ¡no quiero vestirme de hueón!", así se incia mi vida. Al menos desde mi perspectiva, porque no recuerdo nada de la cesárea que me trajo al mundo hace casi 23 años. Era un acto en el jardín. Aparentemente era el último que haríamos para salir de aquella inspiradora etapa. Recuerdo que la tía nos dijo que todos nos vestiríamos para representar el personaje de una obra. A mí me tocó ser el león, o más bien el "hueón" como le alegaba mañosamente a la mujer que me vestía con orgullo esa tarde.
"El león es un animal importante, Rodri. Es el rey de la selva y todos le respetan", algo así me dijo la tía en axulio de mi madre que ya agotaba su paciencia con mi llanto indisciplinado. No sé cómo termnó esa actividad, pero bien recuerdo que me reí finalmente.
Un par de años más tarde vino otra negativa. Era el turno de interpretar mi segundo personaje. Era un trapecista en "Pinocho", mega estelar que montaron nuestros profesores cuando terminábamos el kinder. Estaba enojado porque debía "vestirme como maricón", aunque en realidad no era nada más terrible y simple que un trapecista.
De punta en blanco y con los zapatos más femeninos que he usado en mi corta vida, fui el mejor de todos los trapecistas de la generación. Me esforzaba haciendo equilibrio sobre la cuerda, claro que ésta estaba en el suelo, pero aún así daba mi máximo esfuerzo y comprometía todos mis sentidos para no "caerme" y brillar en mi instante estelar.
Hoy no podré enorgullecer a mi madre, ni a mis amigos o a la mujer que amo, ni siquiera a los que me quieren a ojos cerrados y me apoyan en todo lo que hago. Pero debo dejar claro que tampoco trato de hacerlo. No puedo todavía. Antes necesito estar orgulloso de mí. Esa es la búsqueda que pretendo realizar. Debo encontrarle un sentido a todo esto antes de dar un nuevo paso y salir de mi etapa universitaria.
No niego lo que soy, no puedo hacerlo. Ojalá alguien entienda que estoy entregando el máximo que hoy tengo de mí. He luchado siempre, sabiendo que es lo mismo que hacen muchos otros. Confieso y manifiesto que me niego a creer que la vida se trate siempre de combatir, atemorizar y atrapar presas más débiles. Este último tiempo me he convencido que también es fundamental el detenerse a pensar. Ubicar esa paz interna. Conseguir equilibrarse. Adiós león, debo caminar por la cuerda un momento. Nada es tan terrible y cayéndome una y otra vez lograré dominar mi recorrido con este cuerpo.
"El león es un animal importante, Rodri. Es el rey de la selva y todos le respetan", algo así me dijo la tía en axulio de mi madre que ya agotaba su paciencia con mi llanto indisciplinado. No sé cómo termnó esa actividad, pero bien recuerdo que me reí finalmente.
Un par de años más tarde vino otra negativa. Era el turno de interpretar mi segundo personaje. Era un trapecista en "Pinocho", mega estelar que montaron nuestros profesores cuando terminábamos el kinder. Estaba enojado porque debía "vestirme como maricón", aunque en realidad no era nada más terrible y simple que un trapecista.
De punta en blanco y con los zapatos más femeninos que he usado en mi corta vida, fui el mejor de todos los trapecistas de la generación. Me esforzaba haciendo equilibrio sobre la cuerda, claro que ésta estaba en el suelo, pero aún así daba mi máximo esfuerzo y comprometía todos mis sentidos para no "caerme" y brillar en mi instante estelar.
Hoy no podré enorgullecer a mi madre, ni a mis amigos o a la mujer que amo, ni siquiera a los que me quieren a ojos cerrados y me apoyan en todo lo que hago. Pero debo dejar claro que tampoco trato de hacerlo. No puedo todavía. Antes necesito estar orgulloso de mí. Esa es la búsqueda que pretendo realizar. Debo encontrarle un sentido a todo esto antes de dar un nuevo paso y salir de mi etapa universitaria.
No niego lo que soy, no puedo hacerlo. Ojalá alguien entienda que estoy entregando el máximo que hoy tengo de mí. He luchado siempre, sabiendo que es lo mismo que hacen muchos otros. Confieso y manifiesto que me niego a creer que la vida se trate siempre de combatir, atemorizar y atrapar presas más débiles. Este último tiempo me he convencido que también es fundamental el detenerse a pensar. Ubicar esa paz interna. Conseguir equilibrarse. Adiós león, debo caminar por la cuerda un momento. Nada es tan terrible y cayéndome una y otra vez lograré dominar mi recorrido con este cuerpo.
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