No es la primera vez que me pasa. Tampoco puedo decir que sucedió de repente y sin que me imaginara que vendría. No, todo lo contrario. Es más, con absoluta certeza puedo admitir que estaba esperando que esto pasara. Lo ideé, lo busqué y lo planifiqué. Hice todo para que esto ocurriera y lo conseguí de una vez por todas.
De todas maneras no fue exactamente como yo quería, ya que hay que ser muy idiota para seguir comiendo algo que ya venció. Está sucio, lo sabes. Es como haber recogido el queso de la basura, observar los hongos que se incrustaron en él y aún así untarlo sobre tus machas predilectas en Semana Santa. Pero por supuesto que no te detuviste ahí, seguiste con tu gula enfermiza.
Las metiste en el horno aún cuando su asqueroso hedor acababa con todas tus ganas y te quitaba el apetito. Peor aún, sabiendo que te caerían mal, las probaste, sólo para cerciorarte de que la desconfianza que sentías por tu merienda era real, pero lo único que comprobaste es que la vergüenza sabía horrible. Y ese sentimiento embarazoso me lo tuve bien merecido pues nadie me obligó a demostrar mi suspicacia. En realidad no bastaba más que el olfato para probar lo que era evidente.
No es novedad alguna que si te alimentas de una comida descompuesta, ésta atacará violentamente tu sistema digestivo. Sabes que va a repercutir de tal manera que, al menos, provocará una serie indeterminada de vómitos y una intensa e irreversible diarrea. Pero debes estar tranquilo, el malestar con suerte te invalidará un par de días y luego, rehidratándote una y otra vez con tus hierbas preferidas, podrás continuar con tus actividades.
Solamente procura haber tirado correctamente la cadena para que todo se vaya profundamente al drenaje. Es más jala la palanca todas las veces que sea necesario. Si puedes, hazlo una costumbre cada vez que vayas al baño. A mí me dio resultado.
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