La educación en Chile es realmente un tema a considerar, eso está claro. Sin embargo, y lo digo para todos los que la criticamos, sería bueno sentarse a discutir qué tan importante es mi aporte para mejorarla. Convengamos que la educación la hacemos todos, tanto en lo particular como en lo colectivo, partiendo de aquella premisa que avala la postura Aristotélica que dice eso de que “vivimos en comunidad”.
En lo personal, en la educación básica tuve una muy buena base, en lo que a términos académicos respecta. Pero, insisto, en mi experiencia, para vivir aquello fue necesario ser parte de la educación privada y, es decir, una CA-RÍ-SI-MA.
Lo malo fue que en dicha propuesta educativa jamás me sentí respetado como persona ni parte de algo más trascendental que un billete. Simplemente era un número, una cifra, un montón de plata que entraba (aunque a veces tarde, a pesar que siempre se hizo todo lo posible por cumplir XD). Nunca fui nada más allá de lo que mi billetera pudiera decir o, en rigor, nada más importante de lo que el salario de mis padres pudiera haber reflejado.
Por consiguiente, mis primeros años de vida carecieron de toda educación valórica y social, muy de acuerdo a los parámetros de un sistema educacional elitista, de origen británico, en el cual fui sometido. (Para evitar comentarios huevones, no hablo de la calidad humana de algunos profesores. Me refiero netamente al proceso en lo macro)
Luego de desaprovechar la oportunidad (pasándome por donde me siento el esfuerzo de mis padres, y sobretodo, el de mi madre) terminé mi última etapa escolar en un colegio mediocre, con niveles académicos patéticos y con una nula preparación para la PSU.
Era un colegio semi-subvencionado, con una alta rotación de profesores, donde el alumno que quería surgir y estudiar apenas podía hacerlo, además, estaba obligado a reforzarse en su casa. Esto, porque era imposible confiarse que las materias impartidas en clases eran efectivamente sólidas. Era imposible por el nivel de los profesores. Es que en esta etapa era absurdo no sentirse inseguro con “académicos” excepcionales, tanto que apostaría que algunos no eran capaces de diferenciar la geometría de la física.
No soy mentiroso, y por lo mismo, nunca podría decir que me destaqué en la educación media. No encontraba una motivación real en mis educadores. Salí de cuarto medio y, al minuto de postular para continuar mi desarrollo, mi fabuloso establecimiento educacional ni siquiera aparecía reconocido. ¡NOTABLE!
Cuando logré entrar a la universidad, lo hice con la esperanza de que esto de la desmotivación cambiaría. Hoy soy un alumno de la educación superior en una universidad privada y... ¡sorpresa! La mediocridad continúa. Soy testigo de profesores que inflan notas, bajan escalas y así siguen saliendo profesionales de bajo nivel. ¿Y cómo no? Están acostumbrados desde la cuna a hacer todo con la mínima dedicación.
Fuente de inspiración
En lo personal, en la educación básica tuve una muy buena base, en lo que a términos académicos respecta. Pero, insisto, en mi experiencia, para vivir aquello fue necesario ser parte de la educación privada y, es decir, una CA-RÍ-SI-MA.
Lo malo fue que en dicha propuesta educativa jamás me sentí respetado como persona ni parte de algo más trascendental que un billete. Simplemente era un número, una cifra, un montón de plata que entraba (aunque a veces tarde, a pesar que siempre se hizo todo lo posible por cumplir XD). Nunca fui nada más allá de lo que mi billetera pudiera decir o, en rigor, nada más importante de lo que el salario de mis padres pudiera haber reflejado.
Por consiguiente, mis primeros años de vida carecieron de toda educación valórica y social, muy de acuerdo a los parámetros de un sistema educacional elitista, de origen británico, en el cual fui sometido. (Para evitar comentarios huevones, no hablo de la calidad humana de algunos profesores. Me refiero netamente al proceso en lo macro)
Luego de desaprovechar la oportunidad (pasándome por donde me siento el esfuerzo de mis padres, y sobretodo, el de mi madre) terminé mi última etapa escolar en un colegio mediocre, con niveles académicos patéticos y con una nula preparación para la PSU.
Era un colegio semi-subvencionado, con una alta rotación de profesores, donde el alumno que quería surgir y estudiar apenas podía hacerlo, además, estaba obligado a reforzarse en su casa. Esto, porque era imposible confiarse que las materias impartidas en clases eran efectivamente sólidas. Era imposible por el nivel de los profesores. Es que en esta etapa era absurdo no sentirse inseguro con “académicos” excepcionales, tanto que apostaría que algunos no eran capaces de diferenciar la geometría de la física.
No soy mentiroso, y por lo mismo, nunca podría decir que me destaqué en la educación media. No encontraba una motivación real en mis educadores. Salí de cuarto medio y, al minuto de postular para continuar mi desarrollo, mi fabuloso establecimiento educacional ni siquiera aparecía reconocido. ¡NOTABLE!
Cuando logré entrar a la universidad, lo hice con la esperanza de que esto de la desmotivación cambiaría. Hoy soy un alumno de la educación superior en una universidad privada y... ¡sorpresa! La mediocridad continúa. Soy testigo de profesores que inflan notas, bajan escalas y así siguen saliendo profesionales de bajo nivel. ¿Y cómo no? Están acostumbrados desde la cuna a hacer todo con la mínima dedicación.
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