La perseverancia es probablemente un mal genético, pero, y aunque tal vez lo sea, hay que seguir luchando. No existirá impedimento alguno que sea válido cuando uno se propone algo.
No habrá nada que imposibilite cumplir mis objetivos, o al menos, no dejaré que exista. Claro que aquella reflexión tiene que ver con los vacíos personales y las expectativas individuales en la experiencia de vivir. Ahora, ¿qué hacer con las convicciones y tradiciones de todo un pueblo? ¿Se justifica toda esa persistencia y tozudez?
Ufff… toda esta situación indígena me ha hecho reubicar premisas y conjeturas que ya creía integradas en mi raciocinio. Lo cierto es que aparentemente no estaban clasificadas en su debido lugar. Deambulaban, existían, ocupaban espacio y neuronas, pero no se expresaban. Más o menos, algo similar al rol que tiene, ha tenido y, tal vez, tendrá la cultura mapuche en la sociedad chilena.
Recién escuché a una ambigua ex Presidenta de Chile refiriéndose al tema desde la vereda de la medicina. Ya he visto a la Iglesia Católica desarrollando su conciliadora labor entre la gente de la tierra y el Gobierno más populista que he vivido. Soy testigo del cínico movimiento acogedor que se ha apoderado en las redes sociales “sensibilizadas” por los indios de Chile y ya estoy aburrido de aquello y de todo lo anterior.
Un representante de los comuneros irrumpió hoy en mi televisión. Instaba a que el “diálogo” se extienda a “todos los poderes del Estado”. Con todo respeto, permítanme decirle a él, al Presidente, y a todos los que han metido la cuchara, que me parece que el tema no está siendo bien abordado. No voy a salir con el discurso chanta de que me siento mapuche, porque no es así. Pero sí me siento chileno y ser humano, por eso pienso que es terrible un escenario que atente contra la vida.
Los mapuches no merecen cambios legislativos, tierras, ni exposición mediática. Debemos ofrecerles una cabida digna en nuestro país. Tenemos que dejar de hacer esto mismo que hacemos a diario. Ya basta de diferenciarnos “de ellos”, no hay que seguir hablando de lo que “ellos” piden. Integrémoslos realmente de una buena vez a esta nación “bicentenaria”.
Hay que aprender a vivir como una sola patria, si es que en realidad nos pretendemos respetar y buscamos dignificar nuestras raíces. Aún así, y aunque lo que quiero a decir suene exagerado para algunos, o desgraciado para otros, quiero que este “diálogo” acabe. Si durante el proceso se pierden vidas, bueno, que me disculpen pero el 50% de la bandera rememora la sangre de todos los que han perdido la vida por Chile.
Entonces, solamente me queda rogar que este pasaje tortuoso sea un aporte y sirva para terminar definitivamente con la eterna temática interna. Solo así todos ganamos. Y si la política y los medios no quieren ser un aporte real para ponerle fin al conflicto mapuche, mejor que aprovechen la oportunidad y guarden esta discusión en la famosa "Cápsula Bicentenario". Porque mucho más válido sería establecer este lío como la moraleja indivisible de nuestra idiosincrasia, antes que depositar una sarta de pelotudeces para exhibirlas en cien años más.
No habrá nada que imposibilite cumplir mis objetivos, o al menos, no dejaré que exista. Claro que aquella reflexión tiene que ver con los vacíos personales y las expectativas individuales en la experiencia de vivir. Ahora, ¿qué hacer con las convicciones y tradiciones de todo un pueblo? ¿Se justifica toda esa persistencia y tozudez?
Ufff… toda esta situación indígena me ha hecho reubicar premisas y conjeturas que ya creía integradas en mi raciocinio. Lo cierto es que aparentemente no estaban clasificadas en su debido lugar. Deambulaban, existían, ocupaban espacio y neuronas, pero no se expresaban. Más o menos, algo similar al rol que tiene, ha tenido y, tal vez, tendrá la cultura mapuche en la sociedad chilena.
Recién escuché a una ambigua ex Presidenta de Chile refiriéndose al tema desde la vereda de la medicina. Ya he visto a la Iglesia Católica desarrollando su conciliadora labor entre la gente de la tierra y el Gobierno más populista que he vivido. Soy testigo del cínico movimiento acogedor que se ha apoderado en las redes sociales “sensibilizadas” por los indios de Chile y ya estoy aburrido de aquello y de todo lo anterior.
Un representante de los comuneros irrumpió hoy en mi televisión. Instaba a que el “diálogo” se extienda a “todos los poderes del Estado”. Con todo respeto, permítanme decirle a él, al Presidente, y a todos los que han metido la cuchara, que me parece que el tema no está siendo bien abordado. No voy a salir con el discurso chanta de que me siento mapuche, porque no es así. Pero sí me siento chileno y ser humano, por eso pienso que es terrible un escenario que atente contra la vida.
Los mapuches no merecen cambios legislativos, tierras, ni exposición mediática. Debemos ofrecerles una cabida digna en nuestro país. Tenemos que dejar de hacer esto mismo que hacemos a diario. Ya basta de diferenciarnos “de ellos”, no hay que seguir hablando de lo que “ellos” piden. Integrémoslos realmente de una buena vez a esta nación “bicentenaria”.
Hay que aprender a vivir como una sola patria, si es que en realidad nos pretendemos respetar y buscamos dignificar nuestras raíces. Aún así, y aunque lo que quiero a decir suene exagerado para algunos, o desgraciado para otros, quiero que este “diálogo” acabe. Si durante el proceso se pierden vidas, bueno, que me disculpen pero el 50% de la bandera rememora la sangre de todos los que han perdido la vida por Chile.
Entonces, solamente me queda rogar que este pasaje tortuoso sea un aporte y sirva para terminar definitivamente con la eterna temática interna. Solo así todos ganamos. Y si la política y los medios no quieren ser un aporte real para ponerle fin al conflicto mapuche, mejor que aprovechen la oportunidad y guarden esta discusión en la famosa "Cápsula Bicentenario". Porque mucho más válido sería establecer este lío como la moraleja indivisible de nuestra idiosincrasia, antes que depositar una sarta de pelotudeces para exhibirlas en cien años más.
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