Se acaba el año y la mayoría de los contactos de mi muro despiden con desprecio el año del Bicentenario. Que Piñera, que el terremoto, que el tsunami, que los malos ratos y las enormes decepciones. Nadie parece haber alcanzado las expectativas necesarias para terminar conformes el 2010. Debo decir que yo no soy la excepción, pues tampoco lo conseguí.
Aún así discrepo absolutamente y no comparto esa pretensión desesperada de enterrar los últimos 12 meses. Es como adelantar la película y saltarse la parte penca de la historia, olvidando por completo que es justamente en ese momento cuando todo cobra sentido. Yo he gozado y disfrutado intensamente de este año que tantos odian, sufriendo como todos, pero aprendiendo de lo vivido y sonriéndole a lo que venga.
Veo a mi madre preparar parte de la cena familiar mientras la radio me invita a encender los motores cumbieros de mis inquietas rodillas, pero no tengo apuro en comenzar el vacilón. Me despido de este año de crecimiento en silencio y con los míos. Desde aquí, abrazo agradecido a aquellos que brillan por su ausencia, tan fuerte como a esos pocos que se cuelan fuertemente en mis buenos deseos para lo que venga en la siguiente temporada.
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