Llueve lento allá afuera. Fluye fuerte allí, adentro de tus palmas. Lléname con tu más sincero llanto, cubre mi rostro con tu espanto y abriga mis emociones con tu terror. Yo podré sostenernos, una y otra vez, pues esta vez me corresponde.
¡Grita fuerte! Y si no te queda pulmón, aprovecha los míos pues sé que tengo de sobra. Despreocúpate...por favor. ¡Si tan solo una vez pudieras hacerlo! Déjame recostarte en mis melodías, yo acomodaré tu almohada ahora.
Descansa, pues aún tenemos que vivir juntos un tiempo. Luego te daré permiso para la inquietud. Ahora déjame guiar tu vejez con la sabiduría tácita de un niño que juega a ser adulto. Sé que no dejarás que lo haga, pero luego de leer estas palabras notarás que al fin me lo permites.
Gracias.
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