22 marzo, 2011

Podría constituir el tema de un nuevo relato, pero éste ya ha acabado.

Hay un libro en mi repisa que dice “Crimen y castigo”. Sin embargo en mi mano hay un control remoto que puede llevarme a cientos de panoramas distintos en minutos. Estoy esperando la llegada de Obama para ver cómo será la cobertura en nuestra región, cuando de repente, tocan el timbre. “Venimos a cortar el suministro eléctrico”, y así recordé que las cuentas no se pagan solas.

Luego de ir a hacer el trámite y cancelar la deuda, vuelvo a mi casa solamente para enterarme de que mi quinceañero televisor se descompuso y no veo nada más que un monitor en negro. Me gusta la forma irónica en que la vida les da a unos y les quita a otros. Todo sucede con una impetuosa, justa y divinamente sabia sincronía pues de alguna manera todo se justifica con una equilibrada perfección que me hace creer cada vez más en eso que llaman “Karma”.

Claro que la mayoría de las veces la justicia demora en llegar, así es que decidí permitirme leer algo escrito en el siglo XIX. Aunque nos enfurezca la tardanza, igualmente hay que saber esperar con tranquilidad, pues si la resolución demora demasiado estoy seguro que se debe a que el desenlace no será menor.

Lo cierto es que me distraje de inmediato pues no quería leer. Solté el libro en tiempo récord y simplemente me fui a divagar. Recién ahora de madrugada me cae la teja deteniéndome lentamente en la memoria de ese agonizante pariente olvidado. Espero despedirlo antes de su muerte. Me gustaría creer que es una oportunidad única pues no tuve la misma suerte cuando a su hermano se lo llevó un repentino derrame cerebral.

Finalmente es posible que el texto de Dostoyevski me acompañe por estos días. Creo que de televisión no quiero saber mucho por un tiempo, o al menos bajar la dosis.